El 15 de diciembre de 1811, un artículo fue publicado en el London Statesman acerca de la situación de la industria manufacturera en Nottingham. En dicho artículo se reportaba que 20,000 trabajadores de la industria textil habían perdido sus empleos debido a la introducción de maquinaria automatizada. Estas máquinas de tejer, conocidas como bastidores de encaje, permitían que un solo trabajador realizara tareas que antes requerían de varias personas con habilidades específicas.
Como forma de protesta, los afectados trabajadores comenzaron a ingresar a las fábricas con el propósito de destruir las mencionadas máquinas. El artículo mencionaba que se habían dañado un total de 900 bastidores de encaje. En respuesta a estos disturbios, el gobierno desplegó seis regimientos de soldados en la ciudad, lo que dio lugar a una especie de conflicto interno que se asemejaba a una guerra civil de baja intensidad, en la que los propietarios de las fábricas contaban con el respaldo del Estado, mientras que los trabajadores se encontraban en la otra parte del conflicto.
Los luditas, lejos de ser ignorantes, eran artesanos altamente capacitados que se veían amenazados en su sustento y en la preservación de sus habilidades tradicionales. La destrucción de las máquinas no solo era un grito de desesperación, sino también un acto de valentía contra un sistema que los había relegado a la marginación económica.
La historia de Ned Ludd, aunque no está verificada, simboliza la lucha de los luditas contra la opresión de las máquinas. Su martillo se alzó como un emblema de resistencia ante la deshumanización de la producción. Hoy en día, el término «ludita» se ha tergiversado y se usa para denigrar a aquellos que se resisten al cambio tecnológico. Sin embargo, esta etiqueta no debería ser un estigma. Los luditas no eran enemigos del progreso; buscaban un equilibrio entre la innovación y la preservación de la artesanía y las habilidades humanas.
En un mundo donde la tecnología avanza a pasos agigantados, es importante recordar que la resistencia a la innovación no siempre es una negación ciega del futuro. Los luditas, en su tiempo, representaron la voz de los trabajadores que buscaban un lugar digno en la era industrial. La historia de los luditas nos recuerda que el progreso tecnológico debe ser guiado por valores humanos y sociales, y que la resistencia puede surgir como una manifestación de preocupación legítima por el impacto en la vida de las personas. Así que, en lugar de desestimar a los luditas como obstáculos al progreso, deberíamos reconocer su valentía y recordar que su lucha nos enseña a equilibrar la innovación con la preservación de lo que nos hace humanos.
En su último libro, el periodista y escritor Brian Merchant, bajo el título «Blood in the Machine», plantea una perspectiva intrigante sobre el movimiento ludita. Merchant confirma que el ludismo no era una oposición ciega a la tecnología en sí misma, sino una lucha a favor de los derechos de los trabajadores en un contexto de desigualdad generada por las máquinas.
El protagonista central de la historia es George Mellor, un joven obrero de Huddersfield que solía trabajar como alisador de tejidos ásperos con tijeras. Con el surgimiento de la automatización en la industria, Mellor observó una creciente injusticia y decidió unirse al movimiento ludita. Dotado de una presencia física imponente, organizó a sus compañeros de trabajo y lideró ataques contra las fábricas. Uno de los empresarios textiles locales que se encontró en el punto de mira de los luditas fue William Horsfall. Horsfall, amenazando con atravesar un río de «sangre ludita» a lomos de su caballo para mantener sus lucrativas fábricas en funcionamiento, llegó al extremo de contratar mercenarios y colocar cañones en defensa de sus máquinas.
En el trasfondo de esta cruenta lucha, figuras prominentes como el Príncipe George, regente mientras su padre, Jorge III, estaba enfermo, y Lord Byron, el renombrado poeta, debatían de qué lado inclinarse: ¿apoyar a los propietarios o a los trabajadores? Byron expresó su simpatía por los luditas en el Parlamento, alentándolos en su poema «Canción para los Luditas» a «morir luchando o vivir libres.»
Merchant ilustra los terribles desafíos a los que se enfrentaban los luditas. Los oficios que habían sostenido a las familias durante generaciones estaban desapareciendo, y el hambre acechaba a sus hogares. Los ingresos semanales de los tejedores de Lancashire cayeron de veinticinco chelines en 1800 a catorce en 1811. El mercado se inundaba con productos más baratos y de calidad inferior, como las medias «cut-ups,» ensambladas con dos piezas de tela en lugar de tejerse como un único tejido continuo. El gobierno se mostraba reacio a intervenir en favor de los trabajadores, dejándolos con una única opción: atacar las fortalezas patronales inutilizando las fábricas. Los líderes clandestinos de los luditas adoptaron el título de «General Ludd» o «Rey Ludd,» que utilizaron para emitir declaraciones públicas y amenazar con ataques. El espectro de la violencia forzó a algunos dueños de fábricas a reconsiderar la automatización, volviendo al trabajo manual o incluso cerrando por completo sus negocios. Por un tiempo, parecía que los luditas estaban ganando terreno en su lucha por el control sobre las máquinas.
La tragedia de los luditas no radica tanto en su incapacidad para detener la industrialización sino en el cómo sucedió. A medida que la revolución industrial avanzaba, el Parlamento se alineó de manera decisiva con los empresarios, como bien expresa Brian Merchant en su libro. Romper una máquina se convirtió en un delito capital, y decenas de trabajadores fueron ejecutados por sus actividades luditas. En un día especialmente brutal en enero de 1813, catorce de ellos perdieron la vida. George Mellor, el líder ludita, fue finalmente condenado por el asesinato de William Horsfall, propietario de una fábrica, y fue ahorcado a la joven edad de veintitrés años. La rebelión humana fue insuficiente ante la atracción incesante del avance tecnológico.
Por lo que el libro sugiere que, aunque las fuerzas de la mecanización pueden parecer incontrolables, la respuesta de la sociedad a estos cambios está en nuestras manos. La regulación de la industria textil podría haber protegido a los trabajadores luditas antes de que recurrieran a la destrucción como último recurso. Una de las propuestas incluía la imposición de un impuesto sobre cada metro de tela fabricado de manera automatizada. Sin embargo, un proyecto de ley en favor de los trabajadores no obtuvo la aprobación de la Cámara de los Lores. Gravener Henson, un tejedor convertido en defensor e historiador, lideró una asociación de trabajadores que exigía salarios más elevados y derechos laborales, a pesar de que las «combinaciones» estaban prohibidas en ese momento en el Reino Unido. Con el tiempo, el ludismo se diluyó hasta convertirse en un movimiento político más amplio.
En la era de la inteligencia artificial, se nos presenta otra oportunidad para determinar si la automatización traerá beneficios equitativos para todos o si sus ventajas fluirán exclusivamente hacia los propietarios de empresas y los inversores interesados en reducir sus costos laborales. Una carta de los luditas escrita en 1812 describía su misión como la lucha contra «toda maquinaria perjudicial para la comunidad». Este estándar sigue siendo relevante para evaluar los avances tecnológicos en la actualidad.
Por lo que sí, me declaro ludita porque creo que es importante encontrar un equilibrio entre el progreso tecnológico y la preservación de los valores humanos y sociales. La tecnología puede ser una herramienta poderosa para el bien, pero también puede ser utilizada para la explotación y la desigualdad. Es importante que, como sociedad, nos aseguremos de que la tecnología sea utilizada para beneficiar a todos, no solo a unos pocos.
En lo particular, me preocupa el impacto de la automatización en el mercado laboral. La automatización puede conducir a la pérdida de empleos, lo que puede tener un impacto negativo en las personas que dependen de esos trabajos para ganarse la vida. Así que, de igual forma, es importante que desarrollemos y reclamemos políticas que ayuden a las personas afectadas por la automatización a encontrar nuevas oportunidades laborales.
Por otro lado, me preocupa el impacto de la automatización en la sociedad en general. La automatización puede conducir no solo a la deshumanización del trabajo sino a la pérdida misma del sentido de propósito. Es importante y urgente que encontremos formas de utilizar la tecnología de manera que promueva la conexión humana y el sentido de comunidad.
Desde mi perspectiva, el movimiento ludita nos enseña que es importante ser críticos con el progreso tecnológico. Si bien, no voy a salir a romper las computadoras con un martillo, me siento con el deber de usar cada espacio que se me brinde para aportar un punto de vista más pragmático y crítico, ya que la mayoría de los eventos de o sobre tecnología se centran en las “maravillas” que la tecnología podría crear, pero poco se cuestiona qué daños o efectos colaterales tiene o tendrá esto para la sociedad en general.