Hace unos días, publicaba en mi newsletter semanal, un hallazgo que había llamado mi atención: el FOGO.
Resulta ser que el FOGO es un miedo que está en crecimiento, tal parece que el miedo a envejecer está comenzando a preocupar a una generación que en su mayoría no ha logrado tener una casa, “un trabajo estable” y un proyecto de vida que años atrás se consideraba exitoso.
Esto trae a mi mente muchísimas preguntas sobre los mitos, creencias y perspectivas que subyacen este temor.
Ya lo había resaltado Jon en uno de sus artículos, la escalera se ha detenido. Obtener un diploma de la escuela al llegar a los 18, optar por la universidad o lanzarse al ámbito laboral, abandonar el nido familiar en algún momento alrededor de los 20, hallar compañero/a, contraer matrimonio, adquirir propiedad, tener descendencia. Trabajar, trabajar y seguir trabajando. Retirarse a los 65. Hoy en día, en realidad, todo eso parece solo una pequeña nota al pie en la historia de la sociedad humana.
Parecera que la realidad que experimentamos no coincide con las expectativas que nos imponemos a nosotros mismos y a los demás acerca de cómo deberíamos desenvolvernos en la vida, y puede que sea el momento adecuado para realizar un cambio.
Como menciona Mauro Guillén en su libro The Perennials: The Megatrends Creating a Postgenerational Society:
“Si las personas pudieran liberarse de la tiranía de las actividades “apropiadas para su edad”, si pudieran convertirse en personas perennes, podrían seguir no sólo una carrera, ocupación o profesión, sino varias, encontrando diferentes tipos de realización personal en cada una. Lo más importante es que las personas adolescentes y veinteañeras podrán planificar y tomar decisiones para múltiples transiciones en la vida, no sólo una del estudio al trabajo y otra del trabajo a la jubilación.”
Un individuo perenne, según Guillén, es aquel que no se ve limitado por su edad ni por las expectativas convencionales acerca de lo que se supone que debe lograr en determinadas etapas de la vida. La perspectiva de larga duración nos indica, según él, que no es necesario alcanzar todos nuestros objetivos a los 22 o 23 años. En cambio, podemos pensar a largo plazo, conscientes de que las circunstancias cambiarán. Podríamos decidir volver a estudiar, cambiar de sector, adquirir nuevas habilidades o incluso tomarnos un descanso antes de reincorporarnos al ámbito laboral.
Al reconocer la inevitabilidad del cambio, podríamos reducir la presión sobre los jóvenes y, con suerte, empezar a abordar los desafíos de salud mental que enfrentan. De manera similar, para aquellos que avanzan en sus carreras, no tendrían que esperar a la jubilación para abandonar una situación laboral insatisfactoria. Se podría aliviar parte de la presión de seguir en la misma carrera que elegimos hace décadas o de realizar los preparativos financieros necesarios para dejar de trabajar. El trabajo puede ser una forma para que los adultos mayores se mantengan activos y conectados con sus amigos.
Si bien mi postura sobre el futuro del trabajo, es que no haya trabajo y me resisto fehacientemente a una jubilación que implique seguir trabajando en lugar de descansar, parece que Guillén propone una idea que amplía la noción de trabajo. Así que, sí soy capaz de visualizar un mundo en el que las personas mayores estén integralmente conectadas con sus comunidades a través de formas de trabajo que se asemejen más a la tutoría, la producción cultural y el apoyo. De hecho, esto ya existe; solo necesitamos reconocer el verdadero valor que aporta a nuestra sociedad y recompensar adecuadamente a las personas por ello.
Ahora bien, regresando al punto del miedo al envejecimiento, me parece paradójico que temamos a una versión inevitable de nosotros mismos en el futuro. Pero, dejando de lado mis perspectivas, los que es un hecho es que la pirámide poblaiconar se va a invertir, según algunas estimaciones de las Naciones Unidas y otras organizaciones demográficas, para 2050, la proporción de personas mayores de 65 años se incrementará notablemente en comparación con la población más joven. Esto se debe principalmente a la combinación de tasas de natalidad decrecientes y el aumento en la esperanza de vida.
Entonces, el ciclo lineal de la vida ya no funciona como en algún momento, vamos a vivir más, vamos a ser en su mayoría ancianos, y tenemos miedo de que todo esto suceda. Lo cual, está más que justificado, sin embargo, como ya se ha dicho poor muchos, el miedo es una respuesta emocional natural ante una percepción de peligro o amenaza. Es una parte fundamental del repertorio de respuestas de supervivencia de los seres humanos, sin embargo, debemos movernos de sentirlo a enfrentarlo para después transitarlo.
¿Y cómo enfrentamos este miedo?
Aquí va mi perspectiva:
- Primero, debemos aceptar los datos, de cierto modo, los datos pueden darnos un poco de certidumbre, así que, en primer lugar, aceptemos que vamos a envejecer. Lo segundo, es que el mundo va a envejecer.
- Segundo. Aquí depende la etapa de vida en la que estés, pero hablando de generalidades, sin importar tu edad, comienza a pensar en periodos de 10 años, ¿qué deseas estar haciendo en 2034?
- Tercero. Con cada problema vienen nuevas posibilidades, tal y como lo menciona Guillén, lo bueno de todo esto es que tendríamos la posibilidad de poder seguir no sólo una carrera, ocupación o profesión, sino varias, encontrando diferentes tipos de realización personal en cada una.
El tema es que evidentemente llevar estas acciones a la vida real cuesta mucho más trabajo que escribirlas. A pesar de todo, el miedo a envejecer sigue siendo prevalente. Un estudio de Pfizer analizó las conversaciones sobre el envejecimiento en Twitter, encontrando que el 62% de los 4.2 millones de tweets sobre el tema en un año eran negativos. Este hallazgo refleja una percepción predominantemente negativa del envejecimiento en la sociedad actual.
Así que, es fundamental abordar este miedo desde una perspectiva más informada y equilibrada, reconociendo tanto los desafíos como los beneficios potenciales del envejecimiento.