Como ya lo había mencionado antes, el diseño tradicional busca estandarizar y simplificar para maximizar la eficiencia y reducir los costos, mientras que el diseño reflexivo busca diversificar y personalizar para responder mejor a las necesidades y los contextos.
Hoy quiero profundizar más al respecto, sobre todo, haciendo énfasis en los daños, algunos irreparables, que nos ha provocado la estandarización.
Hace unos meses Alex Murrell, publicó en su página un artículo titulado The age of average, en el que argumentaba que desde el cine hasta la moda y desde la arquitectura hasta la publicidad, los campos creativos han sido dominados y definidos por convenciones y clichés.
“La distinción ha muerto. En cada campo que miramos, encontramos que todo se ve igual.”
Murrell recorre una serie de ejemplos en los que es evidente que el mundo ha dejado de lado la diversificación para dar paso a la estandarización, el ejemplo más evidente, desde mi perspectiva, es el automóvil.
Ya Jim Carroll se había percatado de esto, y lo llamó el efecto del túnel de viento, de hecho, en uno de sus artículos escribió:
“Algunos de ustedes recordarán el día de 1983 cuando nos despertamos y notamos que todos los autos se veían iguales. Había una explicación sencilla. Todos habían pasado por el mismo túnel de viento. Asentimos con la cabeza ante la evidente mejora en la eficiencia del combustible, pero no pudimos escapar de un cansado suspiro de decepción. La vida moderna es basura”.
Sin embargo, este fenómeno no solo es un tema de industrialización, hoy en día, gracias a las plataformas digitales pareciera que se está extendiendo aún más. Elizabeth Goodspeed, argumenta que en gran parte el fenómeno de que todo luzca igual se debe a que en la actualidad las marcas se inspiran en las mismas fuentes en línea. El resultado, dice ella, es un «efecto moodboard».
“Este tipo de homogeneidad visual es algo común en el mundo de la dirección de arte, donde los estilos ubicuos operan menos como tendencias y más como memes; remezclados y diluidos hasta convertirse en una sola masa visual. En el mundo extremadamente en línea de hoy en día, la gran disponibilidad de imágenes de referencia ha llevado, quizás de forma contraintuitiva, a un pensamiento más estrecho y una ideación visual menos profunda. Es un producto de lo que me gusta llamar el “efecto moodboard”.
Aprovechando que hoy en día tenemos I.A. disponible en herramientas como Midjourney, que supuestamente crean imágenes que son el promedio de los datos con los que fueron entrenadas, aproveché para darle instrucciones sin entrenamiento personalizado para que creara imágenes y ver si coincidían con los ejemplos del artículo de Alex Murrel.
A continuación, expongo los resultados:
Ejemplo original sobre la investigación de los artistas rusos llamados Vitaly Komar y Alexander Melamid.
Prompt brindado a Midjourney: a painting (una pintura).
Ejemplo original sobre el diseño de interiores de los Airbnb.
Prompt brindado a Midjourney: interior design of an Airbnb (diseño interior de un Airbnb).
Ejemplo original sobre cómo lucen las cafeterías en la actualidad.
Prompt brindado a Midjourney: interior design of a coffe shop (diseño interior de una cafetería).
Creo que Midjourney corroboró cada uno de los ejemplos. Así que sí… La IA está reforzando la llamada”era del promedio” o lo que para el diseño reflexivo es la era de la estandarización.
Incluso, existen reflexiones con las que podemos darnos cuenta cómo es que a pesar de que supuestamente tenemos una de las herramientas más maravillosas de los últimos tiempos, la seguimos usando para hacer más de lo mismo:
Me parece paradójico que un sistema que te bombardea constantemente con mensajes de “sé tú mismo”, “sé diferente”, “busca tu singularidad”, etc., sea el mismo sistema que se beneficia más de la estandarización que de la diversificación. El tema, por otro lado, es que tampoco nos damos cuenta, y si lo hacemos, no lo cuestionamos, al menos no desde el diseño, por el contrario, seguimos las tendencias y las modas que no hacen más que alimentar nuestra propia “cámara de eco”.
Veamos, por ejemplo, qué ha pasado con el color. ¿Acaso nuestro mundo se ha vuelto menos colorido?
Este gráfico muestra el color de los objetos a lo largo del tiempo y es resultado de una investigación que analiza una selección de la Colección del Grupo del Museo de las Ciencias, en donde se examinaron más de 7,000 fotografías de objetos de 21 categorías. Las categorías se seleccionaron sobre la base de objetos que tenían en gran cantidad. Estas categorías van desde la tecnología fotográfica hasta la medición del tiempo, desde la iluminación hasta la impresión y la escritura, y desde los electrodomésticos hasta la navegación.
Su conclusión es clara: los colores neutros y en escala de grises son más habituales que nunca.
Por supuesto que esto se extiende no solo a los objetos cotidianos sino al color en todas partes, por ejemplo, si comparamos una casa típica de la década de 1970 con una casa de diseño moderno, podemos claramente notar el cambio.
Lo mismo si hacemos un análisis de locales, tiendas o restaurantes.
Estos ejemplos nos ayudan a responder con un sí a nuestra pregunta inicial: ¿Acaso nuestro mundo se ha vuelto menos colorido?
Pero no se crea que esto solo aplica a productos, nuestro proceso de estandarización ha ido más allá, incluso ha transgredido el mundo natural.
Nuestros alimentos preferidos están siendo amenazados por la crisis climática. En Asia, los arrozales están siendo inundados por el agua salada; huracanes despiadados están arrasando con los cultivos de vainilla en Madagascar; en América Central, las temperaturas abrasadoras están provocando una maduración acelerada del café; la sequía en el África subsahariana está diezmando las cosechas de garbanzos; y el incremento de la acidez de los océanos está devastando las ostras y las vieiras en las aguas estadounidenses.
La naturaleza posee un mecanismo simple para adaptarse a estos diferentes embates: la diversidad genómica. Sin embargo, la influyente industria alimentaria ha cambiado los planes y, a lo largo del último siglo, se ha encargado de disminuir dicha diversidad en pos de incrementar los monocultivos para satisfacer la demanda global.
Un ejemplo claro es la historia del plátano. Cuando los humanos se encontraron por primera vez con plátanos silvestres en el sudeste asiático, los frutos estaban llenos de semillas duras que los hacían en gran medida no comestibles.
Durante miles de años, se cultivaron diversas variedades de plátanos en todo el mundo, hasta que el Gros Michel se convirtió en el más popular a principios del siglo XX, dulce, cremoso, sabroso, fácil de cultivar y con una piel gruesa que lo hacía fácil de transportar.
Sin embargo, un hongo mortal del suelo llamado «Panamá 1» se propagó por todo el mundo, devastando casi por completo las plantaciones comerciales de Gros Michel.
En lugar de aprender la lección y ahora sí promover diversidad genética, la industria cambió a una variedad genéticamente similar, el Cavendish. Pero ahora, ha aparecido un nuevo hongo: Panamá 4, que se está propagando rápidamente, ayudado por las altas temperaturas y tormentas tropicales causadas por el calentamiento global, poniendo de nuevo en peligro de extinción a esta fruta.
“La línea entre la abundancia y el desastre es cada vez más delgada y el público no se da cuenta ni se preocupa”, escribe Dan Saladino en su libro Eating to Extinction.
Cometimos fallos similares con prácticamente todos los alimentos producidos de manera industrializada, al buscar incrementar los rendimientos y las ganancias a expensas de la diversidad.
No obstante, la diversidad aumenta la resistencia general de nuestros sistemas alimentarios frente a los cambios climáticos y ambientales, que pueden causar estragos en los cultivos y propiciar la aparición de patógenos nuevos o más agresivos. Esta diversidad es lo que ha permitido a los seres humanos cultivar alimentos y prosperar en regiones de gran altitud y en entornos desérticos. Lamentablemente, en lugar de aprender de nuestros errores pasados, hemos depositado todas nuestras esperanzas en unas pocas variedades genéticas.
El diseño reflexivo pretende que al igual que la naturaleza, prioricemos la diversificación, de esta forma no solo nuestra creatividad se vería beneficiada, sino que permitiría que el entorno y quienes lo habitamos nos volviésemos más resilientes.
¿Qué pasaría si dejamos que lo que vemos, percibimos, diseñamos y creamos se filtre a través de una lente de la diversificación, en lugar de trabajar directamente con los estándares y/o preceptos que todos siguen y han seguido sin cuestionar?