La razón por la que con frecuencia no nos atrevemos a corremos riesgos, incluso los más pequeños, no es porque no veamos o conozcamos las ventajas potenciales de nuestra elección. Es porque nos pesan mucho más las desventajas. Si bien, lógicamente, reformular la toma de riesgos como una serie continua de movimientos positivos e incrementales podría ser el mejor consejo, es posible que no actuemos si no podemos conquistar y controlar nuestras ansiedades.
¿Qué pasaría si jugáramos por un lado con nuestro FOMO (Fear Of Missing Out) y por el otro con nuestro FOF (fear of failure)? Posiblemente, si nuestro miedo a perder oportunidades (FOMO) superara nuestro miedo al fracaso (FOF) al intentar algo nuevo, actuaríamos.
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