Hace un tiempo que lo sabemos. En los últimos años la exploración espacial ha vuelto a estar en boga, quizás era de esperarse, después de todo nuestras economías han generado una riqueza inimaginable, aunque, solo para unos pocos. Y esos pocos son quienes han puesto de nuevo en la mesa la competencia por conquistar el espacio, solo que a diferencia de la guerra fría ya no son iniciativas meramente gubernamentales, ahora gran parte de la inversión para hacerlo posible proviene de los bolsillos de los magnates líderes de las compañías tecnológicas.
El lanzamiento de SpaceX en mayo de 2020 de dos astronautas de la NASA desde el Centro Espacial Kennedy en Florida marcó el primer lanzamiento tripulado desde suelo estadounidense desde 2011, y SpaceX se convirtió en la primera empresa privada en enviar astronautas a la Estación Espacial Internacional durante la misma misión. Desde entonces, la compañía de Musk ha sido elegida como la única compañía que creará naves espaciales para la próxima misión Artemis de la NASA para enviar astronautas de regreso a la Luna, ganándole a Blue Origin el contrato. Pero la privatización no solo ha puesto a las empresas multimillonarias a la vanguardia de los logros científicos, sino que ha acelerado el impulso de los programas de turismo espacial, que por ahora vienen con etiquetas de precio restringidas exclusivamente a los ultrarricos.
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